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Creo que la objetividad no existe. Sí, existirá, pero es tan complicada de conseguir y que quede bien que la considero el Santo Grial periodístico. Puede que no sea así, pero bueno, tampoco me importa. Lo que me interesa es llenar las palabras con sentimiento, con vistas, con tintes, con adjetivos y opinión.
08/08/2024
¿Adónde va un periodista con un título bajo el brazo?
Entras en la facultad con una mochila llena de emociones. Llevas un cartel pegado en la frente que indica que eres estudiante, universitario, un proyecto de periodista, alguien que va a cambiar el mundo. Llevas por bandera esa esperanza e ilusión, la motivación de la juventud, los 18 en su máximo esplendor. Por un momento (que a veces abarca un año de duración) decides olvidar que por mucho que la universidad sea pública, has pagado los doce euros de gastos de secretaría, y cruzas los dedos a diario para que te acepten la solicitud de beca. Pero no pasa nada, estás en Madrid, en la Universidad Complutense, en el hogar de tantos estudiantes que se encuentran en la misma situación que tú.
Te has ido a la capital de las oportunidades, del café con leche en la Plaza Mayor, de los bocadillos de calamares (del Manzanares serán). Dejas atrás tu isla, tu gente y de adentras a las oportunidades de las que todos hablan. En Madrid ves muchas cosas, conoces mucha gente, estudiarás mucho contenido… mucho aquí y allá. Hay de todo y para todos, o eso dicen. Solo hay que estar en Madrid. Una ciudad que no viene con instrucciones cuando llegas de las afueras.
Te inmiscuyes con el resto de los alumnos que van a las mismas clases que tú, que tienen los mismos sueños y aspiraciones. En su mayoría también tenían las mejores notas en Lengua y Literatura, en Historia, en cosas que impliquen escribir y desarrollar. Mentes capacitadas para sacar todos los conocimientos del cerebro y plasmarlos en el papel (o en la pantalla hoy en día). Crear historias de manera casi innata, que creen que no tienen que aplicar estudios para ello, solo tener acceso a herramientas para desarrollarlo. Pobres ilusos. Eres uno de ellos, y después de los primeros meses en las aulas te estampas contra la pared de la realidad: eres un mindundi que creía saberlo todo, que tenías un alma de periodista, que eras un creador que convertía una idea en un relato único, personal y sin igual. Animalitos. Al final acabamos siendo más de doscientos únicos dando los mismos contenidos. ¿Quién ganará esta carrera por un puesto en un medio, con capacidad de decisión y, lo más importante, con un nombre reconocido?
Estudias cuatro o cinco años en una facultad en aspectos anticuada, con profesores que calientan su silla durante décadas y usan el mismo PowerPoint año tras año. Empiezas a echar raíces y te haces a la universidad. Pero cada noche te acuestas con un sueño, una ilusión, unas ganas tremendas de acabar la universidad para ser periodista. Periodista. Qué bien suena. Te imaginas a ti mismo con un maletín lleno de papiros, de documentos, con un cámara siguiéndote los pasos, con un bloc de notas garabateado y arrugado de tanto uso, con la agenda llena de contactos… Animalito. Qué daño hicieron las películas sobre nosotros. Pero ¿qué pasa una vez acabas los estudios del grado?
Algunos tienen la suerte ligada a los músculos, y han sabido sacarse las castañas del fuego mientras estudiaban. Otros, en cambio, no se enteran de nada hasta que es tarde. Nunca demasiado, pero sí se posicionan al final de la cola. Hablemos de estos. Cumplen sus veintipico, hacen el TFG con los resquicios de ilusión que les queda tras cuatro años, aprueban y salen de la facultad una última vez. ¿Y ahora qué? “Ahora te comes la crisis existencial que te toca por cojones”. Adónde voy, qué hago con este bolso de conocimientos, quién quiero ser, qué sé hacer, qué coño hago. Mientras unos salen de una puerta de la facultad para entrar en otra, ya sea para otro grado o para el famoso máster, otros nos quedamos mirando a la nada. Paralizados. Te llueven miles de preguntas, se repiten una tras otra, y observas como el mundo se sigue moviendo y tú te quedas atrás. Te llegas a plantear si realmente lo que estudiaste es lo que querías hacer, si realmente era tu sueño el de ser periodista. O si eres un cambiante que no tiene lugar en el mundo y te mueves arrastrado por motivaciones temporales.
Esa crisis de los 25… Tan conocida, tan temida. A veces disfrazada de ansiedad, otras de depresión, o viceversa. ¿Por qué nos da y cómo salir de ella? Dejas de consultar, decides actuar. Tienes en mente que posees las cualidades aptas para empezar a vivir de lo que estudiaste, pero no tienes las herramientas. No puedes inventarte la experiencia que te piden, no sabes cómo moverte por el mundo para el que se supone que te prepararon. No sabes nada. No sabes adónde ir ni por dónde empezar. Te haces un currículum vacío, pero pones en negrita que aprendes rápido, que sabes trabajar en equipo y que no te falta motivación. Sigues al pie de la letra lo que decenas de profesores te llevan diciendo desde que entraste en la facultad: tienes que saber venderte. Los envías a miles de cuentas de correos de Recursos Humanos, siempre con esperanza de que alguien te lea. Pasas milenios esperando respuestas, y al no obtener ninguna apagas el ordenador durante meses y optas por la vía más fácil: abandonar tus sueños pueriles, ponerte las pilas y empezar a cotizar de la hostelería, que las cosas cuestan dinero.
Tus aspiraciones se ven truncadas por la falta de motivación. Falta de ideas. Ya lo decían tus padres: una vez empiezas a cobrar te olvidas de tus sueños. Te acomodas, vives al día y solo te preocupas de tus próximas vacaciones y lo que podrás hacer una vez acabes tu jornada laboral. Tienes que darte una hostia muy grande para volver a caminar por el sendero que empezaste al salir del instituto. ¿Te acuerdas de cuando estudiaste para periodista? Te miras al espejo buscando preguntas, y ves en el reflejo tu título bajo el brazo.
No sabría decir cómo se da ni cómo sucede ese fenómeno. No sé si es una persona que te motiva y te ayuda a ponerte en tu sitio; o si eres tú mismo que retomaste el contacto con tu adolescente soñador por H o por B. Seguro que hay una razón física y científica, pero creer que hay una razón externa a nosotros siempre es más reconfortante. Sea como fuere, es así. A veces ocurre antes y otras después, pero el periodista sufre de pérdidas de identidad, ya sea por no encontrar su lugar o porque no puede acceder a ella. Los agentes externos, como el acojonante monstruo de la IA, las pocas salidas que hay en tu localidad o los precios abusivos para acceder a más formación son el pico del iceberg. Es cuestión de cada uno saber qué se esconde bajo el agua y encontrar las claves para sacarlo a flote. Es un trabajo jodido aguantarnos a nosotros mismos; es jodido ser periodista. Pero más jodido es no saber qué eres.
04/04/2024
Ya lo decía Cruz Cafuné: “Canarias solo es paraíso para guiris y gángsters”
Se están gestando cosas. En los últimos años se ha visto en el archipiélago multitud de movimientos anti-turismo. Como no podía ser de otra forma, la patronal y aquellos que chupan del bote han intentado pararlo. Ya sea a través de ruedas de prensa, de mítines o tuits. Demasiado tarde, amigos.
Sin embargo, esto se remonta a décadas atrás. El turismo de masas se va desarrollando en Canarias durante los años 60 y 70 del siglo pasado. Con su conocido “Spain is different”, Fraga le abre las puertas a los extranjeros para intentar que la Península salga a flote tras tantos malos años. Nuestras playas y parajes naturales pasan a ser llamativos para los noruegos, alemanes, ingleses… Y comienzan a aprovecharse de la oferta para venirse aquí en los meses más fríos del norte de Europa. Los grandes hoteleros se empiezan a hacer de oro, se construyen hoteles, parques acuáticos, zonas con apartamentos y bungalós en su mayoría y negocios con denominación de origen extranjera. Y todo sigue igual.
En el año 2023, el gasto turístico fue de 5.611,12 millones de euros, según el ISTAC. Eso significa que, la llegada más normalizada de turistas durante el 2021 ha permitido hacer crecer la economía canaria, tanto para grupos hoteleros como para pequeñas y medianas empresas o negocios. Sin embargo, la otra cara de la moneda es más trágica. El modelo de turismo masivo en Canarias no hace bien a todos por igual, por lo que, la afirmación “en Canarias se vive del turismo” es más falsa que nunca.
El 33, 8% de la población canaria está en riesgo de pobreza o exclusión social. Estos datos, del cuarto trimestre de 2023, indican que nos posicionamos en el cuarto lugar en cuanto a Comunidades Autónomas más pobres de España. La cifra más alta fue en 2016, donde fueron más del 45% de la población los que estaban bajo ese umbral. Los datos, aún terroríficos, no dejan de sorprender. Si se supone que esto es un paraíso para los turistas y que vivimos del turismo, ¿por qué hay tantos canarios pasando hambre?
El continuo “boom” turístico que no descansa no solo afecta a los hogares de los canarios. La subida de los precios del alquiler es una realidad. No hace falta buscar más allá de los anuncios de Idealista para ver cómo, en este momento, los precios de los pisos en la zona sur de Gran Canaria superan los 1000 euros al mes. Imposible para los jóvenes el independizarse además de por los salarios precarios. Trabajan en la hostelería de sol a sol, turnos partidos, horas de más y todo para volver a casa con sus padres. Y, mientras tanto, otros jóvenes noreuropeos viniéndose a Las Canteras para teletrabajar y poner su currículum que son nómadas digitales. Dos realidades que conviven en las islas.
Son muchas cosas las que hay que arreglar para salvar lo que nos queda de nuestro archipiélago. Las playas vírgenes no pueden pasar a ser bloques de cemento con piscinas y habitaciones; los parajes y Parques Naturales, con sus Zonas Protegidas, no pueden ser violados y vandalizados para el disfrute del extranjero; el barrio tiene que seguir siendo del barrio, no de las viviendas vacacionales. El próximo 20 de abril se hará historia en las islas con tal de poner límite a nuestros recursos y nuestra gente.
24/03/2024
O pagan por rehabilitarse o mueren consumidos por los narcóticos
“Nadie decide ser un adicto. Una mañana uno se despierta enfermo y ya es un adicto”. Eso decía William Burroughs en su libro Yonki. Uno de los exponentes de la Generación Beat americana sabía bien de lo que hablaba: la adicción a los narcóticos no es un simple juego. Y aún hoy se lleva muchas vidas por delante. Este tipo de enfermedad es algo que por mucho tiempo que pase sigue escandalizando. Ya no solo son los conocidos porros de marihuana, hachís o polen lo que preocupa ni la heroína de los años 80 que ha vuelto. Ahora, desde hace aproximadamente dos décadas, la venta de narcóticos se ha disparado. Entre los años 2006 y 2012, las farmacéuticas estadounidenses vendieron más de 280 millones de recetas de opiáceos al año. ¿Cómo es que en un país tan supuestamente avanzado se ha permitido llegar a ese punto?
Fácilmente se responde teniendo en cuenta el sistema económico que nos rodea. El capitalismo, devastador para los más desfavorecidos. Esta epidemia de narcóticos no afecta únicamente a los pobres, jóvenes o negros. No entiende de generaciones, y afecta por igual a todos los que son vulnerables y accesiblemente fáciles para ser recetados con este tipo de drogas legales. Un problema a medio solucionar radica en las farmacéuticas. Estas, queriendo negarlo o no, tienen la ansiedad por ganar increíbles cantidades de dinero antes de salvar la vida de las personas con sus productos. Y es cuando entra en acción la familia Sackler. Son los propietarios de la conocida, pero ya inexistente Purdue Pharma. Dicha farmacéutica hizo millones sólo con la venta de su droga estrella: el OxyContin. Entre 1996 y 2017, Purdue obtuvo unos beneficios acumulados de más de 35.000 millones únicamente con la venta de este medicamento. Una táctica cruel y cínica por parte de la familia fue el soborno a médicos para que receten el OxyContin. ¿Hasta qué punto se puede poner por delante los ingresos? Los Sackler declararon haber entrado en bancarrota tras haber sido expuesto a miles de denuncias, desde particulares a asociaciones como P.A.I.N. (Prescription Addiction Intervention Now), pero fue solo para evitarse males mayores. Siguen gozando de un patrimonio inhumano. Se les había acabado el chiringuito después de llevarse por delante miles de vidas.
Un hecho aterrador es la cantidad de fallecidos por sobredosis de narcóticos legales recetados como caramelos. Se calcula que desde 1999 hasta 2021, han sido más de 400.000 personas las que murieron víctimas de esta droga. Por comparar, fueron 54.246 los caídos en la guerra de Corea y 58.126 en Vietnam. Es una tragedia que a simple vista se cocina a fuego lento, pero arrasa con todo en muy poco. De hecho, según STAT, se calcula que podrían llegarse a dar aproximadamente 500.000 muertes por opiáceos en la próxima década. Y sin ir más lejos: se producen más muertes por sobredosis de este tipo de sustancias que de accidentes automovilísticos en hombres de menos de 50 años (según CDC).
Nadie pone en duda que los narcóticos, opioides y derivados eliminen o suavicen el dolor posoperatorio o traumático. Lo que se pone en duda (y yo misma me incluyo) es la necesidad de recetarlos de una manera tan sencilla y abundante como si se trataran de gominolas. Desde un punto de vista español, con una sanidad universal y gratuita, cuesta imaginar que se cobren cantidades absurdas por sanar y recetar. Y, para más inri, quienes quedan mal después son los propios pacientes: pagan para que se les suministren medicamentos que crean adicción. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Una vez más, se ven las intenciones de las farmacéuticas: creo un mal pintado de bien que dan paso a una adicción para que sigas soltando el dinero porque lo necesitas.
Jugar con la salud es uno de los peores males que nos deja el capitalismo y su maldita “autorregulación”. ¿Quién controla que esos opiáceos se usen de manera correcta, si los mismos peces gordos que la dominan están al control desde el mismísimo gobierno? Quienes pagan los desperfectos son los propios adictos, tratados como escoria a ojos de una sociedad dirigida en los prejuicios hacia los enfermos por la droga. Y vuelve a entrar la culpa del capitalismo en el último acto de la obra: o pagas para rehabilitarte o mueres consumido por los narcóticos.
Nadie pone en duda que los narcóticos, opioides y derivados eliminen o suavicen el dolor posoperatorio o traumático. Lo que se pone en duda (y yo misma me incluyo) es la necesidad de recetarlos de una manera tan sencilla y abundante como si se trataran de gominolas. Desde un punto de vista español, con una sanidad universal y gratuita, cuesta imaginar que se cobren cantidades absurdas por sanar y recetar. Y, para más inri, quienes quedan mal después son los propios pacientes: pagan para que se les suministren medicamentos que crean adicción. Es como la pescadilla que se muerde la cola. Una vez más, se ven las intenciones de las farmacéuticas: creo un mal pintado de bien que dan paso a una adicción para que sigas soltando el dinero porque lo necesitas.
Jugar con la salud es uno de los peores males que nos deja el capitalismo y su maldita “autorregulación”. ¿Quién controla que esos opiáceos se usen de manera correcta, si los mismos peces gordos que la dominan están al control desde el mismísimo gobierno? Quienes pagan los desperfectos son los propios adictos, tratados como escoria a ojos de una sociedad dirigida en los prejuicios hacia los enfermos por la droga. Y vuelve a entrar la culpa del capitalismo en el último acto de la obra: o pagas para rehabilitarte o mueres consumido por los narcóticos.
A ver, cuéntame
Si quieres venirte, ya sea de forma anónima o no, no dudes en comentarme lo que desees. Puedes colaborar con tus escritos (o lo que sea), que siempre será bienvenido. Anímate <3.